La langosta es uno de los crustáceos más admirados de nuestra gastronomía, indicativo de opulencia cuando se sirve pero que nos puede poner en un compromiso a la hora de comérnosla.
Se trata de un crustáceo decápodo, pariente cercano del bogavante, pero sin sus grandes pinzas. Su cuerpo es alargado y, aunque puede alcanzar los 50 centímetros de longitud, raramente supera los 35. Se pueden distinguir dos partes en el cuerpo de la langosta: la cabeza (cefalotórax) y el abdomen (cola).
Como otros mariscos, es un alimento con bajo contenido en grasas y con gran aporte de proteínas de alto valor biológico. Destaca de su aporte en vitaminas, la vitamina A y las del grupo B, importantes para el metabolismo proteico, conversión de los nutrientes en energía, etc. En cuanto a los minerales, los más representativos son el fósforo, potasio, magnesio, hierro, calcio y cinc, imprescindibles para el buen estado de huesos y dientes, la funcionalidad de los músculos, etc.